El principito (Parte VI)


Cuento de Antoine de Saint-Exupéry



XXII

Buenos días! -dijo el principito.
-¡Buenos días! -respondió el guardavías.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó el principito.
-Formo con los viajeros paquetes de mil y despacho los trenes que los llevan, ya a la derecha, ya a la izquierda.
Y un tren rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la caseta del guardavías.
-Tienen mucha prisa -dijo el principito-. ¿Qué buscan?
-Ni siquiera el conductor de la locomotora lo sabe -dijo el guardavías.
Un segundo rápido iluminado rugió en sentido inverso.
-¿Ya vuelve? -preguntó el principito.
-No son los mismos -contestó el guardavías-. Es un cambio.
-¿No se sentían contentos donde estaban?
-Nunca se siente uno contento donde está -respondió el guardavías.
Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
-¿Van persiguiendo a los primeros viajeros? -preguntó el principito.
-No persiguen absolutamente nada -le dijo el guardavías-; duermen o bostezan allí dentro. Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.
-Únicamente los niños saben lo que buscan -dijo el principito. Pierden el tiempo con una muñeca de trapo que viene a ser lo más importante para ellos y si se las quitan, lloran...
-¡Qué suerte tienen! -dijo el guardavías.

XXIII

Buenos días! -dijo el principito.
-¡Buenos días! -respondió el comerciante.
Era un comerciante de píldoras perfeccionadas que quitan la sed. Se toma una por semana y ya no se sienten ganas de beber.
-¿Por qué vendes eso? -preguntó el principito.
-Porque con esto se economiza mucho tiempo. Según el cálculo hecho por los expertos, se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
-¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
-Lo que cada uno quiere... "
"Si yo dispusiera de cincuenta y tres minutos -pensó el principito- caminaría suavemente hacia una fuente..."

XXIV

Era el octavo día de mi avería en el desierto y había escuchado la historia del comerciante bebiendo la última gota de mi provisión de agua.
-¡Ah -le dije al principito-, son muy bonitos tus cuentos, pero yo no he reparado mi avión, no tengo nada para beber y sería muy feliz si pudiera irme muy tranquilo en busca de una fuente!
-Mi amigo el zorro..., me dijo...
-No se trata ahora del zorro, muchachito...
-¿Por qué?
-Porque nos vamos a morir de sed...
No comprendió mi razonamiento y replicó:
-Es bueno haber tenido un amigo, aún si vamos a morir. Yo estoy muy contento de haber tenido un amigo zorro.
"Es incapaz de medir el peligro -me dije - Nunca tiene hambre ni sed y un poco de sol le basta..."
El principito me miró y respondió a mi pensamiento:
-Tengo sed también... vamos a buscar un pozo...
Tuve un gesto de cansancio; es absurdo buscar un pozo, al azar, en la inmensidad del desierto. Sin embargo, nos pusimos en marcha.
Después de dos horas de caminar en silencio, cayó la noche y las estrellas comenzaron a brillar. Yo las veía como en sueño, pues a causa de la sed tenía un poco de fiebre. Las palabras del principito danzaban en mi mente.
-¿Tienes sed, tú también? -le pregunté.
Pero no respondió a mi pregunta, diciéndome simplemente:
-El agua puede ser buena también para el corazón...
No comprendí sus palabras, pero me callé; sabía muy bien que no había que interrogarlo.
El principito estaba cansado y se sentó; yo me senté a su lado y después de un silencio me dijo:
-Las estrellas son hermosas, por una flor que no se ve...
Respondí "seguramente" y miré sin hablar los pliegues que la arena formaba bajo la luna.
-El desierto es bello -añadió el principito.
Era verdad; siempre me ha gustado el desierto. Puede uno sentarse en una duna, nada se ve, nada se oye y sin embargo, algo resplandece en el silencio...
-Lo que más embellece al desierto -dijo el principito- es el pozo que oculta en algún sitio...
Me quedé sorprendido al comprender súbitamente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro. Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón...
-Sí -le dije al principito- ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les embellece es invisible.
-Me gusta -dijo el principito- que estés de acuerdo con mi zorro.
Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me parecía que nada más frágil había sobre la Tierra. Miraba a la luz de la luna aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento y me decía : "lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible..."
Como sus labios entreabiertos esbozaron una sonrisa, me dije: "Lo que más me emociona de este principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme... " Y lo sentí más frágil aún. Pensaba que a las lámparas hay que protegerlas: una racha de viento puede apagarlas...
Continué caminando y al rayar el alba descubrí el pozo.

XXV

-Los hombres -dijo el principito- se meten en los rápidos pero no saben dónde van ni lo que quieren. . . Entonces se agitan y dan vueltas...
Y añadió:
-¡No vale la pena!...
El pozo que habíamos encontrado no se parecía en nada a los pozos saharianos. Estos pozos son simples agujeros que se abren en la arena. El que teníamos ante nosotros parecía el pozo de un pueblo; pero por allí no había ningún pueblo y me parecía estar soñando.
-¡Es extraño! -le dije al principito-. Todo está a punto: la roldana, el balde y la cuerda...
Se rió y tocó la cuerda; hizo mover la roldana. Y la roldana gimió como una vieja veleta cuando el viento ha dormido mucho.
-¿Oyes? -dijo el principito-. Hemos despertado al pozo y canta.
No quería que el principito hiciera el menor esfuerzo y le dije:
-Déjame a mí, es demasiado pesado para ti.
Lentamente subí el cubo hasta el brocal donde lo dejé bien seguro. En mis oídos sonaba aún el canto de la roldana y veía temblar al sol en el agua agitada.
-Tengo sed de esta agua -dijo el principito-, dame de beber...
¡Comprendí entonces lo que él había buscado!
Levanté el balde hasta sus labios y el principito bebió con los ojos cerrados. Todo era bello como una fiesta. Aquella agua era algo más que un alimento. Había nacido del caminar bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos. Era como un regalo para el corazón. Cuando yo era niño, las luces del árbol de Navidad, la música de la misa de medianoche, la dulzura de las sonrisas, daban su resplandor a mi regalo de Navidad.
-Los hombres de tu tierra -dijo el principito- cultivan cinco mil rosas en un jardín y no encuentran lo que buscan.
-No lo encuentran nunca -le respondí. -Y sin embargo, lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua...
-Sin duda, respondí. Y el principito añadió:
-Pero los ojos son ciegos. Hay que buscar con el corazón.
Yo había bebido y me encontraba bien. La arena, al alba, era color de miel, del que gozaba hasta sentirme dichoso. ¿Por qué había de sentirme triste?
-Es necesario que cumplas tu promesa -dijo dulcemente el principito que nuevamente se había sentado junto a mi.
-¿Qué promesa?
-Ya sabes... el bozal para mi cordero... soy responsable de mi flor.
Saqué del bolsillo mis esbozos de dibujo. El principito los miró y dijo riendo:
-Tus baobabs parecen repollos...
-¡Oh! ¡Y yo que estaba tan orgulloso de mis baobabs!
-Tu zorro tiene orejas que parecen cuernos; son demasiado largas.
Y volvió a reír.
-Eres injusto, muchachito; yo no sabía dibujar más que boas cerradas y boas abiertas.
-¡Oh, todo se arreglará! -dijo el principito-. Los niños entienden.
Bosquejé, pues, un bozal y se lo alargué con el corazón oprimido:
-Tú tienes proyectos que yo ignoro...
Pero no me respondió.
-¿Sabes? -me dijo-. Mañana hace un año de mi caída en la Tierra...
Y después de un silencio, añadió:
-Caí muy cerca de aquí...
El principito se sonrojó y nuevamente, sin comprender por qué, experimenté una extraña tristeza.
Sin embargo, se me ocurrió preguntar:
-Entonces no te encontré por azar hace ocho días, cuando paseabas por estos lugares, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. ¿Es que volvías al punto de tu caída?
El principito enrojeció nuevamente.
Y añadí vacilante.
-¿Quizás por el aniversario?
El principito se ruborizó una vez más. Aunque nunca respondía a las preguntas, su rubor significaba una respuesta afirmativa.
-¡Ah! -le dije- tengo miedo.
Pero él me respondió:
-Tú debes trabajar ahora; vuelve pues junto a tu máquina, que yo te espero aquí. Vuelve mañana por la tarde.
Pero yo no estaba tranquilo y me acordaba del zorro. Si se deja uno domesticar, se expone a llorar un poco...

(Continuará)

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